La llamada erótica del poder es, en un sentido amplio, la atracción o placer, incluso la excitación en muchos casos, que potencialmente puede provocar el poder en las personas. Es una representación metafórica, o no tanto, sobre la enorme influencia que el poder puede llegar a ejercer sobre cualquier persona.

Esta admiración, esta capacidad de atracción casi mística, la representan sobre todo los líderes con carisma y las personas que ostentan un alto estatus social, económico o político. Es una irresistible sugestión que llega a definir incluso estímulos de excitación sexual (lo dicen algunos sexólogos). En esta línea Henry Kissinger decía: “El poder es el mayor afrodisíaco”, y no es la única referencia directa de la realidad histórica en esta línea.

Así que, queda claro que existe una atracción, de forma consciente o inconsciente, de las personas hacia quienes ostentan cierto poder que va desde el control mental a la seducción física. Esto es bien conocido y explotado por determinados líderes que saben muy bien el efecto que producen y lo ejecutan a su propio beneficio y satisfacción. Es la explotación del carisma y la gestión del narcisismo para fines de carácter representativo, social o político. Y esto es, cuanto menos, éticamente reprobable.

La persona con poder, ya que no es cuestión de machismo o feminismo, se aprovecha y se beneficia del llamado Efecto de primera impresión, también llamado Efecto halo que consiste en que a estas personas, rodeadas de cierto atractivo físico percibido (a veces no es real, pues es algo subjetivo) se le suponen, aún sin merecerlas, una serie de cualidades por el hecho de su posición en la sociedad que van desde el conocimiento hasta la honestidad.

El concepto de la erótica del poder apoya la tesis de la lucha incansable por ostentar el poder, el miedo a perderlo, y la necesidad de muchas personas de situarse cerca de él.

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