El hombre invisible (maldita pandemia).

el hombre sin identidad

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Érase una vez

Érase una vez una buena persona. Preocupada por los demás, comprometida con su trabajo, con los valores de su empresa, hasta con sus resultados.

Trabajaba sin descanso, hacía horas extras, a veces, aunque no se lo pidieran. Llegaba a casa cansado, preocupado por los problemas de los demás, que incluso en ocasiones le hacían parecer ausente ante su mujer.

Le necesitaban

El Covid le preocupaba. Claro que le preocupaba, pero tenía que seguir trabajando, su familia le necesitaba.

Sus hijos estaban orgullosos de él; ante ellos era un ejemplo. Un padre que estaba sacrificando su vida personal, su familia, por su trabajo, por su empresa.

En ocasiones la madre se los llevaba al cine, porque él se había llevado trabajo a casa. Sufrían por él, pero pensaban que debía ser una persona muy importante. Pero eso era antes, ahora están en casa, salen poco, tienen miedo.

De mal en peor

La situación iba de mal en peor, maldita pandemia. Él estaba preocupado por sus compañeros, y por sus jefes. Sufría por todos y cada uno de ellos.

Seguía llevando trabajo a su casa, aunque no se lo pidieran, y además, sabiendo que la empresa estaba en dificultades, hacía cada vez más horas. Y cada vez estaba menos con su familia.

Lo siento, Sr. Gómez.

Un día la compañía decidió hacer un ajuste de plantilla, no podrían hacer frente a la caída de ventas.

Esa tarde, al final de la jornada, le llamó su jefe al despacho. “Señor Gómez, siento comunicarle que no podemos aguantar más la situación. Por favor, recoja sus cosas, su trabajo en esta empresa ha terminado. Lo siento.”

Una bocanada de tristeza inundó sus pulmones, una sensación de derrota paralizó su corazón. Sintió una mezcla de capitulación y descanso.

Y se marchó

Recogió sus cosas, y se marchó. Nadie se despidió de él, nadie le trasmitió esperanza, nadie sufrió con él. Nadie sabía quién era, ni qué hacía. Nadie le conocía.

Se fue, cogió un tren, o tal vez no. Como fuera marchó hasta una última parada, esa parada a la que nadie quiere llega; el final de un trayecto. Una parada en medio de la nada, sin billete de vuelta, sin otro destino posible. Porque ya no hay nada, ningún sitio al que poder ir.

Ya nadie nunca más le vio. En la fábrica donde trabajaba nadie se enteró que ya no estaba, tampoco nadie supo de su marcha. Su familia le echó de menos por un tiempo.

Y no quedó ni el recuerdo

Fue y vivió como un hombre invisible, del que no queda ni el recuerdo.

Una pena, el señor Gómez era una buena persona. No sé si desapareció, porque tampoco sabré si estuvo. Fue un hombre invisible… o tal vez ni eso fue.

Maldita pandemia.

Artículo recuperado y actualizado en torno a reflexiones sobre marca personal.

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